Todos en alguna ocasión hemos asistido a alguna representación para un acto escolar de los primeros años o de jardín de infantes protagonizado por algún pequeño pariente. Y si aún no lo hicieron, ya lo harán. En esas actuaciones, obvio es decir, la calidad interpretativa de los púberes es, cuanto menos, calamitosa. Y es natural que así sea ya que los alumnos del colegio no tienen la más mínima formación actoral, están dominados por los nervios de pies a cabeza y, la mayoría de las veces, su compromiso con el show es esperar ansiosos el final para desaparecer del escenario velozmente.
Sin embargo los parientes que asistimos entusiasmados al acto nos esforzamos por poner valor en aspectos laterales de la obra representada. Nuestro balance hablará maravillas del trabajo realizado por las maestras para dominar a un rebaño de bestias, ensalzará la habilidad y el buen gusto para el diseño y la elección del vestuario por parte de las madres o explotará de admiración para la habilidad de los responsables de una austera pero expresiva escenografía. Todo esto es verdadero, legítimo, natural, sincero y elogiable. Los niñitos no tienen ni ganas ni talento para actuar ni hacer de vendedor de empanadas o sereno en
Todo lo anterior nos lleva al tema de la máxima: los que frente a un hecho artístico de resultado de mediocre para abajo utilizan el recurso del acto escolar para tratar de salvar la ropa del adefesio y su o sus responsables. Así tendremos a los que, por compromisos afectivos, comerciales o por simple bondad, harán cual madre de colegio, un rescate del “esfuerzo de estos chicos que se matan ensayando”, describirán “las precarias condiciones del estudio de grabación” o harán ensayos acerca de “la falta de apoyo por parte de las autoridades” porque “en este país la cultura no le importa a nadie”.
Y acá si que no hay excusas. Los músicos sí tienen ganas de tocar y mostrar su música, sí quieren tener un buen sonido, una buena imagen, un show profesional. Que tengan o no tengan talento y creatividad ya es otra cosa. Pero la crítica del público debe estar referida a esos valores principales y no, como en el caso del colegio, a valores laterales o accesorios. Si ensayan veinticuatro horas al día en una chiquero no es un crédito que les permita obtener resultados mediocres y justificaciones para que hagamos la vista gorda. Por lo tanto
“El artista debe ser evaluado por su talento y la calidad de su obra. El talento es el talento y el esfuerzo es el esfuerzo”.