La cuarentena te da tiempo para pensar y para escribir, hay que aprovecharlo. No es que haya recuperado entusiasmo, pero con eso alcanza para reflexionar y comunicarse con viejos amigos. Esta no es estrictamente la reseña de un disco en particular aunque efectivamente haga pie en uno a modo de guía. Acá voy entonces. Lanzado a volcar pensamientos.-
El rock ya no es lo que conocimos. No tanto en su sonido sino en su significado y en su valor simbólico. Empecé el colegio secundario en 1977, lindo año bisagra para la historia del rock, cosa de la que me enteraría pasados dos años. En ese momento los adolescentes escuchábamos rock. Todavía duraba el efecto Sui Géneris, aunque los más curiosos aplaudíamos al nuevo proyecto de Charly García: La Máquina de Hacer Pájaros. Por su parte Nito Mestre iniciaba su carrera solista revelando claramente quién era el dueño del talento del dúo más mentado de la época. Crucis era vanguardia y Spinetta daba forma cada vez más sólida a su mito. Pappo´s Blues o La Pesada ern expresiones demasiado extremas para un niño en su primer año teen. En el plano internacional la dictadura no dejaba entrar mucha información por principios y también por limitaciones técnicas. Todo era muy de boca en boca y acceder a las manifestaciones culturales de cualquier tipo era realmente difícil. Más aún si no estabas en Buenos Aires y no contabas con los recursos económicos para afrontar el costo de revistas o discos. Así y todo Queen empezaba a entrar en los buscadores rockeros. “News of the world” se edita casi en simultáneo con Inglaterra pero se le elimina el pornográfico tema “Get down, make love”. Fui testigo presencial del hecho ya que compramos el álbum para el cumpleaños de un amigo y venía con una etiqueta autoadhesiva blanca pegada sobre el tema que tratamos de eliminar con sumo cuidado pero sin buenos resultados. Se ve que a la discográfica no le dio para una nueva impresión. Otro hito de ese momento fue “I robot” (traducido como “Yo, robot”) de un tal Alan Parsons que tenía en su currículum la medalla de haber trabajado con The Beatles pero había hecho un disco desabrido que, sin embargo y en ese momento, me resultó muy atractivo. La música disco empezaba a hacer de las suyas con Travolta, Donna Summer y toda la bola de espejos pero era como el enemigo raquítico al que ni valía la pena atacar.-
Pero el caso es que escuchábamos rock. Y los que no lo hacían o no escuchaban nada o estaban en otra vereda que no representaba a los adolescentes y jóvenes de la época. El rock tomó un pesadísimo valor desde el día de su invención ¡hacía ya veinticinco años! Era la música que le daba a un par de generaciones una bandera de identidad que rompía con el cordón umbilical que hacía pasar de niños a grandes sin escalas intermedias. El rock era (y lo fue hasta hace muy poco) un lenguaje cultural que ponía un abismo entre padres e hijos, entre jóvenes y adultos. El rock sonando en tu tocadiscos te convertía en un tipo rebelde, antisocial, casi un lumpen que, igualmente, no podía descuidar la higiene de sus zapatillas Flecha para que tu vieja no te mate. Era un refugio y un factor común. Y lo más lindo de todo: a nuestros viejos no les gustaba ni medio y esa diferencia marcaba la cancha. El sonido eléctrico era catalogado por nuestros progenitores como ruido y, para nosotros cuanto más ruido… mejor. La bola se hizo grande y se gestó una cultura y un espíritu rock que configuró una revolución con peso propio de sobra como para que nadie la pueda tildar con el simple y peyorativo latiguillo de ser moda y como tal, naturalmente pasajera.-
Pero como dijo Don Julio “todo pasa”. Y las cosas cambiaron. Y es tan cierto como necesario. Hay, entiendo, dos hechos trascendentes que hacen que el rock en definitiva “haya pasado” porque a ese hecho me refiero. El primero es un indiscutible y contundente cambio de época. De la era eléctrica pasamos a la digital. Es indispensable que los nuevos adolescentes y jóvenes adapten su lenguaje cultural a los nuevos tiempos de terabytes. La electricidad no es lo suyo.-
En segundo lugar pasó lo que tenía que pasar y personalmente me resultaba angustiante desde el momento en que fui padre y mis hijos empezaron su camino musical eligiendo discos de mi discoteca que pasaba a ser nuestra desde lo patrimonial. Porque desde una visión social y humana me parecía anormal. Mi viejo, tanguero fanático del que ya he hablado, se opuso a su padre gallego a fuerza de dos por cuatro y fuelle (amén de haberse hecho hincha de River en oposición al más castizo San Lorenzo de mi abuelo). Yo me opuse a él a guitarrazos y aullidos. ¿Y mis hijos? ¿Cómo lo iban a hacer? Aclaro que esta conducta no me parece para nada nociva. Por el contrario es un comportamiento totalmente humano de acuerdo al cual trazamos ejes diferentes con nuestros viejos casi de manera anecdótica pero simbólicamente trascendental. Necesitamos ese espacio de oposición para construir nuestra identidad individual y colectiva. Después podemos compartir de todo (películas, cuentos, paseos) y pasarla muy bien como debería ser deseable en toda relación entre padres e hijos. Pero en materia de gustos musicales… la cosa cambia.-
Y finalmente pasó lo que algún día tenía que pasar: los jóvenes encontraron una manifestación musical que los unificó y les dió coincidencias por afuera del mundo de los adultos y, principalmente, dejó a estos últimos totalmente afuera. Encontraron la mezcla perfecta, globalizada, digital y, sobre todo, que no nos gusta ni un poco a los que ahora estamos en el rol de ser los viejos. Y la vuelta, queridos amigos, empieza de nuevo. Te quiero ver ahora, chabón.-
Trap, Hip Hop, Cachengue, Cumbia son, entre otros que seguramente se me pasan, ingredientes de una ensalada identitaria aderezada con influencers, redes sociales, posteos en esas redes sociales, comentarios en esos posteos, lenguaje gamer y vaya a saber uno qué más. Rindiéndome ante lo evidente admito que mi ignorancia es el reflejo de su éxito tanto como mi falta de interés y nulo aprecio. Igualito que mi abuelo con el tango y mi viejo con el rock.-
Pero estamos en este punto de la historia y celebro que se haya quebrado, después de una cuantas generaciones de rockers hechos y derechos, la linealidad y homogeneidad de los estandartes de identidad de los jóvenes. El hecho es que hoy las pibas y pibes del siglo veintiuno tienen su propio abecedario cultural. Su calidad no entra en espacio de juicio. Si es así está bien y si es bueno para ellos lo es para mí aunque no me guste. O no lo entienda.-
Con todo esto no sostengo ni por un segundo que el rock haya muerto como muchos dicen. No me malinterpreten. Sería como pensar que muere la música clásica o el tanta veces asesinado tango. Es lógico que en este movimiento de piezas los rockeros tomemos otra conducta y nos convirtamos en nuevos nostálgicos de gueto. Quedará como un estilo musical que tuvo auge hace años y que quedó reservado a una porción de la sociedad que lo sigue cultivando pero, como expresión cultural y símbolo de rebeldía y oposición, ha quedado vacío. Tampoco podemos pretender que esto sea así para siempre. No tendría sentido. Sería como el fin de la historia y nada hay más dinámico que la cultura humana en todas sus exteriorizaciones y manifestaciones. Los chicos no quieren más rock y por lo tanto no hacen más. Hasta acá llegamos. Punto. ¿Punto? ¡Ningún punto! Los que seguimos en este barco por afinidad y por placer sabemos que no hay final, solo un repliegue, probablemente lamento decir, definitivo. Será más chiquito, menos trascendente y minoritario pero veo con esperanza que hay señales muy positivas para pensar en una especie de refundación desde nuestro nuevo lugar más íntimo y pequeño pero no por eso menos relevante.-
Algunos ya han tirado la toalla y prefieren entrar en las nuevas tendencias como si acá no hubiese pasado nada. Publicaciones que hasta hace un par de años se rasgaban las vestiduras por una Fender en llamas no tienen pruritos en hacer extensas notas a la nueva y fulgurante estrella del trap. Músicos que morían por el hardcore encuentran grandes trabajos de producción en discos que hubiesen tirado a la hoguera. Y no está mal. La confusión reina, hay mucho nuevo por comprender y no todos tenemos la cabeza tan abierta. Pero hay algunas manifestaciones que despiertan muy especialmente mi interés y me otorgan el derecho a la esperanza. Me refiero a algunas bandas que adoptan una posición del tipo “bueno, si no hay más rock entonces hagamos mucho más rock”.-
Y es acá donde aparece, por fin, El estrellero. La banda platense lanzó su tercer disco que parece estar en esta línea. Si el rock se desinfló y su público experimentó un considerable descenso cuantitativo entonces hagamos una música que pueda tender a alcanzar el límite de lo grandioso. Mostrar que se puede hacer una suerte de rock total. ¿Habrán pensado en esto los cinco integrantes de la banda? No creo pero en vista de los resultados alcanzados en “Alto miedo” no es descabellado pensar que puede haber sido posible que ese concepto haya surcado sus conversaciones. El Estrellero no se aparta de la línea seguidas en sus dos primeros álbumes (el segundo, “Los Magos”, ganador del último Premio Mr. E aunque, nobleza obliga, no haya sido entregado el dinero del mismo pero esa es otra historia). En este caso sube la vara para regalar un disco finamente atestado de melodías brillantes, juegos de voces de sus cuatro cantantes, orquestaciones avasallantes, influencias y referencias sutiles, Rock Total. De desmembrar este disco se podría exprimir material para hacer varios más de muy alta factura. Su música tiene el impacto de sorprender por sus cualidades y no caer en el siempre presente riesgo de sobrecargar y aburrir. Estos muchachos tienen muy claros sus objetivos pero también sus límites, no como una debilidad sino como una muestra de carácter, inteligencia y sabiduría para dosificar las cosas en su punto exacto y no perderse en el autohomenaje o, sencillamente, en el cuelgue.-
Me atrevo a afirmar que en este sentido El Estrellero está a la vanguardia del rock a nivel planetario. Mirando hacia atrás entiendo que Grizzly Bear estuvo hace ya unos años en este camino y hoy identifico como la más osada de las apuestas de rock total (si se me permite el uso de la etiqueta) a Trudy and the Romance, banda de Liverpool liderada por el talentosísimo Oliver Taylor que mezcla pop de los años ´50, romanticismo, coros teatrales y guitarras filosas como si diese dos pasos atrás para dar diez adelante.-
Oponiéndose a algunas propuestas pop que dan muestra de una exacerbante pereza creativa estas dos bandas, alejadas en geografía pero muys cerca en lo conceptual, despiertan en este reseñador una excitación que desde la aparición de Arctic Monkeys no sentía. Debo sumar también algunas otras que merecen estar presentes en este análisis: PELS en Argentina o Honey Moon y Ugly de Inglaterra pueden ser otros ejemplos de propuestas preocupadas, pero sobre todo ocupadas, en la generación de una propuesta de rock musculoso por donde se lo aborde.-
Dónde irá a parar el rock en este nuevo mapa de la cultura joven no lo sabemos. De lo que podemos estar seguros es que hay músicos talentosos que están poniendo su energía y su creatividad para que el extenso género no pierda valor ni prestigio. Y algunos están acá nomás, muy cerquita. Mis felicitaciones, mi afecto y mi admiración para El Estrellero, verdaderos protectores de la estirpe del rock.-
El Estrellero: https://open.spotify.com/album/7pgwAm1IFXQVRpQXhhErfb
Trudy and the Romance: https://open.spotify.com/playlist/5sxAoc2fTNXqq798DjhPAG
Hace cuanto no usaba blogger! Tenes que escuchar Soccer Mommy, Stella Donelly, King Gizzard And The Lizard Wizard aaaaa y Ases Falsos. Que siga esa.
ResponderEliminarHola Seba:
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Soy fan de Ases Falsos desde hce mucho. Tengos todos sus discos y me parecen fantásticos. King Gizzard And The Lizard Wizard no me atren demasiado y las otras no las conozco. Voy por ellas!
Saludos!
Gracias para siempre, E.
ResponderEliminarQ.E.P.D.
ResponderEliminar